Gracias en parte a la tecnología en el teletrabajo,  el trabajo se puede medir por los resultados, no siempre es necesario que sea presencial y la flexibilidad aparece ya como un  sinónimo de productividad.
La crisis motivada por la pandemia, sólo tenía una solución en aquellos procesos laborales en los que el intangible tiene su protagonismo, el que cada empleado trabaje desde dónde pueda y como pueda. Esto ha abierto una enorme cantidad de posibilidades en miles de empresas de variados sectores.
Desde hace tiempo, antes incluso del periodo pandémico, las empresas tenían puesta, encima de la mesa, la discusión sobre el coste del espacio y la posible flexibilidad del mismo, porque el trabajo remoto,  el teletrabajo o deslocalización del trabajador, permite por ejemplo, no tener que asumir costes de suelo para ampliar plantilla.
La búsqueda de talento, más allá de las fronteras, es mucho más ambiciosa, cuando no tenemos límites geográficos, porque el contacto laboral, el control de los trabajos y su evolución, a mil kilómetros, puede ser diario y tan natural como si fuera presencial.
La necesidad que hoy tiene la empresa, de ofrecer flexibilidad horaria al empleado, favoreciendo la conciliación familiar y la adaptación del trabajo a las necesidades personales de cada empleado, coincide con una de las características del teletrabajo, lo que convierte a la empresa que lo propone una oferta de empleo con esas características, en más deseable.
Al final, se van reuniendo una serie de circunstancias que, cada día más, permiten del desarrollo de estas nuevas fórmulas de relación laboral, a la que, probablemente, la legislación tenga que adaptarse a marcha forzada porque, de lo contrario, hará parecer que determinados trabajadores, quedan fuera de norma.
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